martes, 16 de febrero de 2010

DESDE DENTRO DE MÍ

Tengo que confesar que cuando me pongo delante del teclado, en la mayoría de las ocasiones no tengo muy claro sobre lo que voy a escribir. Las ideas van surgiendo y por ello tengo que pedir perdón porque las opiniones que vierto muchas veces no están del todo organizadas (esto se parece a la propia persona de la cual salen estas líneas). Si encima ha acontecido algo que ha provocado en mí cierta reacción, buena o mala, pues no digo nada. Pero lo que tengo que proclamar es que cuando un artículo está aderezado con buena música (por lo menos la que a mí me gusta) como la de Ismael Serrano, como sucede ahora mientras escribo, pues bien, puede salir una soflama política, una reflexión social o una declaración de amor.

Y mire, paciente lector y lectora (que ya me gustaría a mí que fueran unos pocos cientos...), voy a lanzarme al río (que tenga buena profundidad no vaya a que me pase como al protagonista de la película de Alejandro Amenábar) y voy a hacer una declaración de amor, de profundo amor. De ese amor solidario que abre las puertas más atrancadas, que llega hasta la médula, que te recorre el espinazo con un escalofrío y que te encoge el estómago. Ese amor que se me ha dado y que creo cierto, que quiero creer cierto. Y por eso quiero compartirlo y corresponder como mejor sé. Que es con una sonrisa, una sms, un mail, un abrazo o un beso y sobre todo, estando ahí, en ese lugar donde sólo pueden estar los amigos o los amantes.


Por ello declaro mi amor más auténtico a las personas que una vez me ayudaron, que una vez me dijeron la verdad aunque no me gustase. A esas personas que han acogido a este inmigrante (porque yo también soy inmigrante, aunque sea dentro de mi país). A esas personas que han dejado esa huella, que espero imborrable, en mi vida. Una vida que ha visto como las hazañas de personajes anónimos y desinteresados han heho de éste que escribe quien es ahora mismo. Y por supuesto me inclino y cubro el camino de pétalos de rosas a esa mitad de mí mismo (que es más que la mitad, es un todo en este espacio que me rodea y que me supera tantas veces, aunque lo disfrace con capas, que muchas veces lo único que esconden son mis propias inseguridades y mis propios fracasos e incapacidades) y a esas dos personillas que llegaro para no irse y que en su ausencia, la casa entristece y se lamenta con unos sonidos que yo solo puedo escuchar. Gracias a quien tenga que darlas por darme tanto y pedirme tan poco a cambio. Ya es hora que dedique unas letras a esas unidades personales que me han hecho crecer como persona y ciudadano.

Porque es cierto que es bueno ser un mínimo agradecido con quien, a mi corto juicio, se lo merece. Porque dedico líneas a personas que ni conozco ni voy a conocer, a situaciones de las cuales poco puedo hacer yo por arreglar, enderezar o joder más de lo jodidas que están ya. Por eso es hora, como he dicho más arriba, de declarar mi amor apasionado y loco, aventurero y arriesgado, sin matices y absoluto a todas y cada una de las personas que una vez tendieron su mano para que yo pudiera escalar ese muro que muchas veces nos impide crecer como personas de bien.

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